Javier Espinosa, Líbano.La conversación fue grabada por alguno de los presentes y filtrada en abril a la emisora New TV. En ella se podía ver al líder druso Walid Jumblat dialogando con la máxima autoridad religiosa de su confesión, el jeque Abu Mahmoud Jawad Wali Edwin, y despotricando contra sus aliados de la llamada coalición del 14 de Marzo.
Walid Jumblat.
Walid Jumblat.
"Vi como los cristianos esperaban que nos enfrentáramos a los chías mientras ellos permanecían sentados mirando. Algunos suníes también esperaban lo mismo. Ya vimos lo que hicieron en Beirut. Trajeron a 1.000 hombres de Akkar (en el norte del país) y no aguantaron ni 15 minutos", bramó Jumblat recordando los enfrentamientos de mayo del 2008 en el Líbano, cuando los uniformados de Hizbulá derrotaron en Beirut en un solo día a los leales a Saad Hariri.
"Desafortunadamente, malas razas siempre serán malas", añadió aludiendo a la minoría cristiana, con la que los drusos mantienen una pugna centenaria por el control de las montañas libanesas que ha degenerado en varias ocasiones en razzias y choques sangrientos. El último de ellos data tan sólo de 1983 durante la guerra civil, cuando la milicia de Jumblat derrotó y expulsó a miles de cristianos de la región de Chuf.
El exabrupto no tiene nada de inusual en uno de los personajes más singulares de la política libanesa, que a sus 60 años sigue ejerciendo como líder incontestable de esta minoría asentada principalmente en el citado Chuf.
Hijo de Kamal Jumblat, el jefe de filas druso que fue asesinado en 1977, Walid se ha caracterizado siempre por sus desplantes dialécticos, giros políticos y una ironía devastadora cuyo mejor reflejo fue aquella mítica entrevista que concedió a Playboy en 1984 cuando asumió sin reparo su condición de "señor de la guerra y mafioso".
La última vez que el periodista se entrevistó con el dirigente del Partido Socialista Progresista (PSP) en mayo del 2008 Jumblat se encontraba rodeado en su residencia de Beirut por los milicianos de Hizbulá. Pero incluso entonces se refugiaba en ironía. "Me protege Óscar", adujo. Se refería a un chucho que dormitaba en el patio de la vivienda.
Se distancia de la alianza del 14 de marzo
Aquella refriega que a punto estuvo de sumir al país en una nueva guerra civil parece haber generado una enésima transmutación política del libanés, que ahora no duda en distanciarse de la alianza del 14 de marzo que comanda Hariri y de la que ha formado parte desde que se fundó.
"No podemos continuar polarizando el país. Es una situación insoportable. Ni 8 de Marzo (la coalición de la que forma parte Hizbulá) ni 14 de Marzo. Tenemos que crear un centro político y reformar los poderes otorgados al presidente, porque ahora el país y el mismo jefe de estado están bloqueados. Hay que reducir la tensión sectaria y espero que los libaneses hayan aprendido de las lecciones que se pueden sacar de Irak o Afganistán. Ya hemos experimentado las atrocidades de la guerra civil", asegura en una entrevista con elmundo.es.
Su posición, la gran incógnita
La posición de Jumblat tras los comicios del día 7 se ha convertido en la gran incógnita de este proceso toda vez que sus diputados podrían erigirse en árbitros de la situación política local si se desligan del 14 de Marzo y se inscriben en la nueva corriente centrista que parece estar delineándose, y que contaría con la presencia de varios legisladores independientes.
Cuando se le inquiere sobre la hipótesis de una victoria electoral del 8 de Marzo y su postura ante una oferta para integrarse en un gobierno de esa coalición, Jumblat opta por la ambigüedad. "Tengo que consultar con mis socios. No puedo decidir solo", dice.
Tampoco cree que un posible triunfo de la alianza creada en torno a Hizbulá pueda generar disensiones en las relaciones del país y Occidente. "Sí, Hizbulá sigue en la lista de organizaciones terroristas de EEUU pero ahora ya está en el Gobierno (de unidad nacional) y en el parlamento. ¿O sea qué cual sería el cambio?", inquiere.
Desdén respecto al resto de políticos
Jumblat sigue refiriéndose a los políticos –incluido él mismo- con el mismo desdén que rezumaba en Playboy. "En esta campaña nadie habla de las cuestiones básicas que afectan a los libaneses. La deuda de 50.000 millones de dólares que tenemos, el hecho de que nuestra economía no se pueda sostener a largo plazo basándose sólo en el turismo y los servicios, la presencia de armas palestina fuera de los campos (de refugiados), la ocupación israelí de las granjas de Chebaa... ¿Por qué? Porque todos los políticos libaneses nos creemos dioses y estamos en el cielo", apunta.
El druso no esconde las ingentes imperfecciones de la democracia local minada por la regulación confesional –que define por anticipado la mayoría de los resultados- y la compra de votos, una práctica reconocida por el propio gobierno. Jumblat admite sin reparos que este último comportamiento "forma parte de juego. Todo el mundo lo hace. ¡Por supuesto que está llegando una gran cantidad de dinero, pero ¿cómo puedes probarlo", opina.
Después se ríe a carcajadas al referirse a los resultados que sacará su formación, que serán peores que los que obtuvo en el 2005 debido al cambio de la ley electoral. "Mi bloque ha sido reducido gracias a la democracia ¡y antes de las elecciones! ¿no está mal eh?".
Su sarcasmo se torna en fatalismo al esbozar una posible solución a la continua inestabilidad del país. "Tendríamos que acabar con el sistema confesional. Necesitamos un nuevo sistema educativo, una ley electoral proporcional que reduzca el sectarismo y la legalización del matrimonio civil, porque eso permitiría que nos mezcláramos. Pero llevamos 50 años hablando de eso. La mayoría de la sociedad libanesa no está preparada para ello. En los 90 se intentó aprobar una ley a favor del matrimonio civil y no se puede imaginar el griterío que se montó. ¡Uff, sí, la que organizaron los clérigos!. ¿Separar la religión del estado? Uff, mejor no me pregunte más. Lenin decía que había que dar dos pasos hacia atrás para dar uno hacia delante, pero el problema es que en el Líbano solemos dar 14 para atrás", concluye entre nuevas sonrisas.
El MUNDO