En Turquía se está dando el caso de un Ejército golpista que defiende nuestros valores, el primero el laicismo. La candidatura a la Presidencia del islamista Abdulá Gül ha provocado el rechazo militar. Escasamente retórico: el Ejército ha advertido que entre sus misiones constitucionales está la defensa de la laicidad del Estado. Tras la advertencia ha llegado la decisión del Tribunal Constitucional anulando la posibilidad de que el islamista sea nombrado presidente y abocando al país a unas elecciones anticipadas. En menos de medio siglo, Turquía ha sufrido cuatro golpes de Estado y varias correcciones militares en su camino político. El laicismo de la nación es, para el Ejército, algo similar a lo que es la unidad de la nación para el Ejército español. Se siente garante.
El caso es de un gran interés. No sólo por las destructivas consecuencias que tendría la desestabilización turca, sino por la incomodidad en que coloca a algunos de los principios democráticos. Esa incomodidad estaba muy presente la otra tarde cuando la multitud desfiló por las calles de Ankara exigiendo el apartamiento de Gül, pero también el fin de las presiones militares. Un bello programa, sin duda. La actividad del pueblo suele tener a veces estas exigencias mágicas, este hágase la luz sin cuota. Lo cierto es que Gül ha sido apartado (de momento) por la acción pesada de dos instituciones del Estado, el Ejército y el Tribunal Constitucional, que se han impuesto a una tercera, es decir, a la mayoría de diputados del Parlamento. Y más cierto todavía es que una serie de preguntas clásicas avanzan a machetazos: ¿Existe el islam democrático? ¿Hasta qué punto la democracia puede respetar a los que quieren acabar con ella? ¿En nombre de quién (de qué lo sabemos) pueden actuar los ejércitos, los tribunales y hasta las masas en las calles para oponerse a las decisiones de la mayoría? Ni en Turquía ni en Europa estas preguntas son, por desgracia, retóricas.
Todo lo contrario: son puramente amenazantes, y actúan de lleno sobre convicciones muy maduradas. Las convicciones, por alto ejemplo, de la Unión Europea, que sostiene la legitimidad del derecho de intervención en Afganistán y que está forzada a meditar si ese derecho a la intervención es de distinta naturaleza al que invoca el Ejército turco. También están en juego las bajas convicciones del particular: ser antirrelativista empieza a dejar de ser una distante postura intelectual para transformarse en una candente obligación política, cuya coherencia puede verse sometida a pruebas radicales.
(Coda: «En mi Discurso a la nación europea sostenía que hacer Europa es sobre todo un problema moral; un problema que consiste en exhortar a los hombres no, como pusieron en mi boca, a destruir las naciones, sino a sentirse en una región de sí mismos que trascienda el sentimiento nacional». Julien Benda, Memorias de un intelectual, Espasa, 2005)
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