Tomás Alcoverro ha escrito este artículo en La Vanguardia: "Un muro para las pirámides"
La muralla tendrá 200 kilómetros de longitud, 265 cámaras de vigilancia y sistemas de detección de explosivos
Ha sido una sorpresa la revelación de la construcción H de un muro en torno a la meseta de las Pirámides de Guiza. El director de la Administración de las Antigüedades de Egipto, Shaban Abdel Ja Gauad, ha hecho saber que su erección fue iniciada hace cinco años y que concluirá el próximo mes de junio cuando centenares de miles de turistas acuden a las antiguas tierras del Nilo. El muro, de doscientos kilómetros de longitud, contará con 265 cámaras de vigilancia, tendrá tres puertas, una de ellas muy próxima a la efigie, que los árabes llaman Abu el Hol, además de equipos de detección de explosivos. Este muro de hormigón separará su recinto del poblado o suburbio de la inmensa metrópoli africana Nazlet el Seman, cuyas casas han ido arañando lo que aún quedaba de la explanada de las Pirámides, con un vecindario que desde hace décadas vive del turismo, haciendo de guías, alquilando caballos, vendiendo recuerdos a los visitantes...
El muro forma parte de un proyecto de remodelación de la meseta, que incluirá estacionamientos para automóviles, vehículos eléctricos de transporte o camellos de alquiler.
La explanada de las Pirámides ha ido sufriendo toda suerte de especulativos proyectos inmobiliarios que han roto su pura forma geométrica en el horizonte de El Cairo, cercándola por la carretera del desierto que se dirige hacia Alejandría. Se salvó, hace unos lustros, de un parque proyectado como un extenso Luna Park que debía rodearla.
La primera vez que visité las Pirámides -Al Ahram- en el otoño de 1970, sólo había algunos chalets propiedad de potentados egipcios en su desértico contorno, que más tarde fueron demolidos, además del famoso cabaret de estilo kitsch Sahara City con sus populares danzarinas del vientre. La avenida de las Pirámides, con el Mena House y su chaletito suizo entre sus jardines y los clubs Auberge de Pyramides y Arisina, era la concurrida calle divertida de egipcios y extranjeros noctámbulos. Entonces ningún alto edificio destruía su espléndido horizonte, descrito por Chateaubriand, Flaubert, o Nerval, ilustrado por Roberts. Fue, curiosamente, en este paraje mítico donde al albor de la década de los ochenta tuvo lugar la rebelión de las Pirámides cuando famélicos reclutas y agentes de la policía se levantaron, durante unos días, contra el rais Hosni Mubarak.
Egipto se nutre, sobre todo, de las remesas de los trabajadores que viven en los países árabes, con los peajes marítimos del canal de Suez, y con las entradas proporcionadas por el turismo, que se evalúan en el 20% de ingresos. El año pasado recibió diez millones de visitantes extranjeros, y confía que en el 2011 lleguen cuatro millones más. Existe el gran proyecto, además, de construir el nuevo museo arqueológico de El Cairo en este recinto de Guiza.
Pero los atentados terroristas de Tba en el 2004, de Sharm el Sheij al año siguiente y de Dhaba en el 2006, con alrededor de 130 muertos, volvieron a ahuyentar el arraigado flujo de turistas. Las tres localidades están situadas en el Sinaí, lejos de Luxor, del Valle de los Reyes y de El Cairo, donde en la década de los noventa hubo también mortíferos ataques contra objetivos turísticos.
El amurallamiento de las Pirámides precipita su cerco. Para los egipcios, sus alrededores son parajes de libertad, en los que vivaquean, se solazan, hacen el amor. Para los cairotas su mágica explanada es casi como el Bois de Boulogne de París.