Mediterráneo: febrero 2007

jueves, febrero 08, 2007

El Líbano, sociedad deshilachada, por Tomás Alcoverro


"Me estremezco al pensar -escribía en el mes de julio- sobre las horribles consecuencias de esta nueva guerra del verano que aterroriza al pueblo libanés. Las convulsiones internas entre chiís y sunís, entre musulmanes y cristianos, podrían ensangrentar, otra vez, al Líbano". Durante las últimas violentas manifestaciones en los barrios musulmanes de Beirut se enfrentaron sunís y chiís, aparecieron inquietantes francotiradores, en lo que sería un terrible presagio de una "iraquización" del Líbano. Antes se hablaba de "libanización" de Iraq y ahora ya se empla a menudo esta escalofriante frase de "iraquización" del Líbano que tantos miedos provoca. En los años de las guerras civiles de 1975 a 1990 los combates se enzarzaban sobre todo entre grupos armados cristianos y musulmanes, apoyados por sus aliados locales y extranjeros.

Pocos días antes vi un muchacho con un palo en la mano, gritando ante las cámaras de televisión que quería destrozar escaparates, tiendas del centro de la capital, donde desde hace largas semanas se han organizado manifestaciones antigubernamentales. Una de las muchas caras de este fenómeno sociopolítico que sacude la debilitada Beirut, la Beirut de todas las guerras, es la que representa la frustración, la indignación de miles de habitantes de los suburbios chiís, movilizados por Hizbullah y por Amal para protestar, día y noche, en el renovado barrio de las batallas campales, convertido en escenario de lujosos comercios de marcas internacionales, en medio de zonas pobres, y aun en medio de devastadas, que no fueron favorecidas por los planes de reconstrucción de la política empresarial del asesinado Rafic El Hariri.

Muchos de estos manifestantes no habían pisado este sector de la ciudad, del "downtown" como dicen los libaneses pronunciando la palabra en inglés. Los suburbios de Beirut son un mundo aparte, de pobres viviendas, de anónimas calles, de sórdidos laberintos urbanos, apenas con servicios públicos, donde se hacinan alrededor de ochocientas mil personas. Es lo que se denomina el feudo del Hizbullah, bombardeado en la última guerra del verano.

Aunque en el conflicto libanés, resultado de las tensas relaciones entre comunidades confesionales por el ejercicio del poder, avivado con las incessantes injerencias extranjeras, que manipulan este pequeño país desde hace dos siglos, no tenga un acusado carácter de enfrentamiento social, es evidente que la marcha, la presencia, de manifestantes procedentes de los suburbios en el centro de la capital es un hecho significativo. Las televisiones locales, sean chiís, sunís como la de la poderosa familia Al Hariri, cristianas como la LBC, fomentan las pasiones confesionales, los demagógicos discursos incendiarios, las acciones de bandas juveniles que, especialmente de noche, se enzarzan en violentas reyertas en las lindes de barrios chiís y sunís en el oeste de la capital.

En el entierro del joven del Amal Ali Ahmqd Maqhmud, primera víctima de estos enfrentamientos callejeros, el jeque Kq Kabalan, vicepresidente del Consejo superior chií, exhortó a los libaneses a la unidad, asegurando que las fuerzas de la oposición no se dejarían arrastrar a "la guerra civil". "Está prohibido por el Islam -dijo- que los chiís maten a los sunís, que los sunís maten a los chiís, que los cristianos asesinen a los musulmanes, que los musulmanes arrebaten la vida a los cristianos". La población libanesa es cada vez más frágil por los golpes asestados desde fuera y desde el interior, y se va deshilachando peligrosamente. A la hostilidad, al miedo, surgidos entre musulmanes sunís y chiís, hay que añadir las rencillas y contradicciones en el seno de la comunidad cristiana, desgarrada también por divisiones políticas y por tendencias opuestas con respecto a Siria, así como las disputas de la población drusa con los clanes de Jumblat y de Arslan, que no se han puesto de acuerdo ni en la elección del Jeque Akl, como primer dirigente religioso de esta minoría.

Esta situación con un presidente de la república, cuya prolongación del mandato en el invierno de 2004 fue impugnada por una parte de los políticos locales por considerarlo una imposición de Siria, que ahora se enfrenta al primer ministro Siniora y apoya a los manifestantes, y con un gobierno que no está dispuesto a dimitir y quiere la constitución de un Tribunal Internacional que se encargue del caso del atentado de Rafic El Hariri, ha paralizado, de hecho, las instituciones estatales. Los peligros de la internacionalización del conflicto han aumentado al ponerse la mayoría de gobiernos árabes y europeos al lado del gobierno, ignorando la autoridad del presidentre Lahud, y desdeñando a las fuerzas de la oposición.

Su alineamiento con uno de los bandos enfrentados constituye una injerencia en los asuntos internos de este país. Es imposible gobernar el Líbano sin la representación chií, tras la dismisión de sus ministros, porque su comunidad es la más numerosa. Pero más allá de estas circunstancias es evidente que si los EE.UU. rehusan cooperar con Siria e Irán para tratar de los problemas de la región, la consecuencia directa será su enfrentamiento en el siempre preparado campo de batalla libanés.

(La Vanguardia, 8 de febrero, 2007)