Tomás Alcoverro, La Vanguardia.
"Líbano es como una gallina decapitada que corre enloquecida sin saber adónde va", ha escrito un diario de Beirut. Por décima vez en el periodo de ya de más de dos meses establecido por el texto constitucional, la sesión parlamentaria para elegir nuevo presidente de la República ha vuelto a ser aplazada (ya hay nueva fecha: el 29 de diciembre).
El Gobierno y las fuerzas de la oposición, con los países que les apoyan - EE.UU. y Francia por una parte y por la otra Siria e Irán, respectivamente-, están más que nunca empecinados en sus posiciones maximalistas y no se vislumbra todavía ninguna salida de esta escandalosa crisis que no sólo paraliza al Estado sino que ha agravado la mala situación económica de los libaneses.
En la plaza de los Mártires, en el centro de la capital, donde aún continúan las tiendas de campaña armadas hace más de un año por la oposición en su protesta contra el primer ministro Fuad Siniora, en su sede del Serrallo, ya no se ha plantado ningún árbol de Navidad como antes.
En el escaparate de una tienda han colgado este anuncio: "Todo rebajado a la mitad hasta la elección del presidente". Los diputados deberán primero enmendar la Constitución para permitir que el comandante en jefe del ejército, el general Michel Sleiman, pueda ser candidato y después elegirlo. Las fuerzas de la oposición, Hizbulah, Amal, la Corriente Patriótica de los cristianos del general Michel Aun, sólo están dispuestas a votar a Sleiman si se llega a un amplio acuerdo para formar un nuevo gobierno de unidad nacional.
El general Sleiman, su comandante en jefe, se ha convertido, agotadas todas las posibilidades de los candidatos a la presidencia de la República, en el único que puede aspirar a la jefatura del Estado aún vacante desde la expiración en noviembre del mandato del presidente Emile Lahud, que también fue con anterioridad comandante supremo de las fuerzas armadas.
Sleiman se ganó la candidatura con el asalto final del ejército al campo de refugiados palestinos de Nahr al Bared en el que derrotaron a los hombres de Fatah al Islam. La larga y cruenta batalla, que costó la vida a 170 soldados, 222 terroristas del grupo salafista suní y a 48 habitantes de la localidad devastada, puso a flor de piel la precariedad del armamento y la falta de suficiente preparación militar de la tropa.
Hasta aquella victoria, celebrada por todos los libaneses, era tan poco el prestigio, su autoridad moral, su valor, que muchos habitantes de esta república lo calificaban a menudo como "ejército de músicos" o "gran mudo" para referirse a su escasa potencia de fuego, a su pasividad, a su inhibición en los frecuentes conflictos bélicos internos y ante la hegemonía militar de Israel.
En Nahr al Bared el ejército dio no sólo prueba de resistencia ante los aguerridos y motivados milicianos salafistas de Fatah al Islam, sino también de unidad en este tiempo de divisiones profundas y de interminables crisis políticas en Líbano. Muchas de sus víctimas fueron soldados suníes de las comarcas pobres del norte, como eran también suníes los del grupúsculo infiltrado en el campo de refugiados palestinos.
Cuando el invierno pasado se enfrentaron grupos armados de jóvenes suníes y chiíes que amenazaron con un enfrentamiento civil, el ejército actuó con sangre fría y supo restablecer el orden público. Su comandante en jefe, Michel Sleiman, consolidó su autoridad por encima de la desprestigiada clase política y ha sido el único ejemplo respetado por mantener al ejército como la única institución estatal coherente.