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miércoles, julio 04, 2007
La invasión israelí de 1982, una guerra olvidada
Los libaneses, que cultivan el olvido, no han querido evocar la invasión israelí del verano de 1982 que con el nombre de "Operación de Paz en la Galilea" comenzó un seis de junio, tras dos días de bombardeos aéreos, siguió con la evacuación de los fedayines y con la salida en barco de Yasser Arafat y escandalizó al mundo dos semanas después, con la matanza de los campos de refugiados de Sabra y de Chatila, perpetrada por milicianos cristianos falangistas ante la pasividad o consentimiento de los militares ocupantes.
La fotografía de un soldadito de la FINUL, la tropa de la ONU destacada en la frontera que solo en medio de la carretera del sur alzaba la mano para detener el desafiante avance de la columna de carros de combate israelíes, conmovió a mucha gente. Esta invasión, planeada por el primer ministro Menahem Begin, dirigida por Ariel Sharon, ministro de Defensa, tuvo como principal objetivo destruir la "Resistencia palestina" que se había convertido en un estado dentro del Estado, a expensas de los libaneses, y tratar de apoyar un gobierno en Beirut de tendencia proisraelí, dispuesto a firmar un tratado de paz. Pero su candidato Bechir Gemayel, ya elegido, fue asesinado en las vigilias de la represalia contra los palestinos de Sabra y Chatila y el sucesor, su hermano Amin Gemayel, no consiguió aplicarlo, provocando una intensificación mortífera de la guerra civil al oponerse a las organizaciones "islamoprogresistas" prosirias. La guerra fué más con los guerrilleros palestinos y sus aliados locales, con las tropas sirias presentes, que con el propio ejército libanés, dividido y desnortado.
Nunca olvidare que durante aquellos bombardeos sobre los denominados barrios musulmanes del oeste de Beirut, donde se habían fortificado los fedayines habitantes de la zona cristiana de la capital, subieron a sus azoteas para contemplarlos. Escribí entonces en una crónica: "Las aldeas y pueblos drusos del sur, apenas opusieron resistencia a la ocupación. Los hombres de Walid Jumblat no quisieron o no pudieron emplear las armas contra el poderoso ejército invasor. Esta guerra que tantas polémicas suscita en los dos bandos, bendecida por no pocos libaneses, y cada vez más criticada como "una guerra inmoral e injusta" por muchos israelíes, no es una guerra como las demás porque se libra en El Líbano. Su Estado es peculiar por su estructuración en diecisiete comunidades confesionales diferentes, por ser un país propicio a todas las dialécticas de todas las ideologías y por soportar un contingente de 30.000 soldados sirios y ser la última base militar de los guerrilleros palestinos. Es una guerra distinta porque el país atacado no reacciona de forma unánime contra los invasores. Mientras la población del oeste de Beirut sufre los bombardeos, en los barrios cristianos del este, los soldados isreaelíes pasean tranquilamente por las calles, y son recibidos con flores y confetis como "liberadores" de los "ocupantes" palestinos y sirios. Si parte de los cristianos maronitas tienden a simpatizar con los invasores, los musulmanes sunís comparten la "causa palestina", y los chiís, habitantes del sur, se muestran cada vez más rehacios y hostiles a la implantación y al poder de las organizaciones armadas palestinas"... En Israel la guerra fue muy criticada porque desbordó los límites que habían sido establecidos de cuareinta kilómetros de profundidad -una invasión para destruir las bases guerrilleras del sur desde donde se disparaba a las localdades y kibutzim del otro lado de la frontera- y alcanzó la propia ciudad de Beirut. La estrategia de los estados mayores israelíes había sido hasta entonces, de no ocupar ninguna capital árabe ni en las guerras de 1967 ni de 1973, donde sus soldados llegaron a solo cien hilómetros de El Cairo... Ariel Sharon tuvo que dimitir al ser acusdado por una comisión israelí por su responsabilidad contraída durante la matanza de Sabra y Chatila, enclavados en Beirut.
La evacuación de los fedayines de la capital -recuerdo que a veces en las pausas de los combates contemplaban en sus televisores portátiles, cabe a sus barricadas, los partidos del Mundial de Fútbol de aquel año- fue muy laboriosa. El diez de agosto escribí "Seseinta días de negociaciones abruptas no han dado ningún fruto. El ejército israelí ha reanudado sus bombardeos contra este puñado de guerrilleros que resisten con fuerza. Nunca hubo en la historia atormentada contemporánea del Oriente Medio, un ejército árabe capaz de mantenerse firme durante tanto tiempo. La resistencia de los guerrilleros de la OLP es heroica y será el valor moral que en las jornadas de su derrota militar y la traición de los árabes que nunca les ayudaron, alimente la conciencia de este pueblo condenado".
Quizá por todos estos recuerdos del sufrimiento de los habitantes de Beirut, por todas estas divisiones intestinas, los libaneses prefieren olvidar aquella invasión de consecuencias latentes, cuando vuelven a padecer sus miedos estivales. En mi despacho, guardo una bandera del Líbano, en perfecto estado, con inscripciones en varias lenguas como "Vivo y bronceado", en memoría de aquel cálido e interminable verano de la guerra de 1982.
Tomás Alcoverro, La Vanguardia.
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